Escrito por : Juan Cruz Cellammare – Los UPD deben suspenderse de inmediato. Lo que comenzó como una celebración entre adolescentes por su último primer día de clases se ha desvirtuado por completo. En lugar de ser un momento simbólico, se han convertido en escenarios de riesgo extremo: fiestas, alcohol, drogas, sexo sin control y, lo más grave, total ausencia de adultos responsables.
El caso de María Fernanda Benítez marca un antes y un después, de acuerdo con las autoridades, habría iniciado allí el vínculo con el principal sospechoso de su asesinato. Su cuerpo calcinado fue hallado en un terreno baldío. La brutalidad del crimen y su posible conexión con este tipo de celebraciones debe encender todas las alarmas.
Pero no se puede cargar toda la responsabilidad en las escuelas. Los padres también tienen un rol fundamental y, en muchos casos, lo han abandonado. ¿Dónde están cuando sus hijos salen a estos eventos? ¿Quién autoriza el consumo de alcohol o mira hacia otro lado cuando hay sospechas de excesos? La permisividad en nombre de una “celebración juvenil” se ha vuelto peligrosa. Hoy más que nunca, los adultos deben asumir su papel como cuidadores, guías y límites responsables.
Las instituciones educativas, por su parte, tampoco pueden seguir lavándose las manos argumentando que los UPD se hacen por fuera de sus instalaciones. Es su deber generar estrategias de prevención, fomentar el diálogo con padres y estudiantes, y prohibir expresamente cualquier manifestación asociada a estos eventos dentro de sus comunidades escolares.
El crimen de María Fernanda no es un hecho aislado: es la punta del iceberg de una cadena de fallos institucionales, sociales y familiares. La violencia juvenil, la negligencia y la falta de supervisión adulta están cobrando vidas.
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