El “martes santo” pasado, el presidente de la República, Santiago Peña, anunciaba que había decretado la liberación del pago de peajes en los puntos administrados por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC) por la Semana Santa.
El propósito, según el jefe de Estado, era facilitar a la gente que, aprovechando estas fechas, visitan a sus padres, abuelos, “o simplemente para hacer turismo” (interno e internacional). Comentó que el Gobierno tiene registrado que se realizan “unos 160.000 viajes” que pasan a través de estos peajes, aunque no aclaró si estos pasos eran diarios, semanales o mensuales.
Ahora, la pregunta por el millón de dólares es la siguiente: ¿Se ha perdido la noción de que esta semana debía servir también (o prioritariamente) para la reflexión, para mirar hacia el interior de nuestras vidas, revisar nuestros valores y nuestra relación con Dios y los demás. Yo creo que es un tiempo que invita a la introspección, al arrepentimiento y al compromiso con el amor, la solidaridad y la esperanza, valores centrales del mensaje cristiano.
Es más, Jesús no solo padeció por una causa religiosa-cultural (quizás sea el motivo de que el tema se haya ido desvaneciendo con el transcurrir del tiempo), sino por la salvación de la humanidad y una entrega más profunda a Dios y a los demás. Según el Nuevo Testamento, su sacrificio también es un llamado a transformar nuestro entorno con compasión y justicia, que cada vez se puede observar menos en la vida cotidiana.
Entonces, convertir la Semana Santa en una “atracción turística más” es vaciarla, talvez, de su verdadera riqueza espiritual. Si bien es comprensible que muchas comunidades y países vivan estos días como una “oportunidad económica” (que suele ser muy promocionada, por cierto), esto no debería eclipsar el silencio necesario para la reflexión y la renovación personal.
Por eso, más allá de lo meramente profano y emotivo, la Semana Santa (tras una edición más) debe ser un momento para recordar (el cristiano debe hacerlo todos los días) que el amor de Dios y el servicio desinteresado siguen siendo sendas poderosas para dar el sentido verdadero a la vida y para construir un mundo más cercano a Dios, a través de la obra salvífica de nuestro redentor.
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