En teoría, el Paraguay no está sometido a ninguna otra nación, aunque recientemente ha habido intentos de una nueva “colonización”, pero esta vez de orden cultural. Por ejemplo, desde la Unión Europea se quiso hacer “tabula rasa” de nuestra Carta Magna, con la imposición de la ideología de género, totalmente contraria a nuestra Constitución, que defiende la vida desde la concepción, y la familia conformada por la unión de un hombre y de una mujer. Si bien se ha podido detenerlos, gracias a una feroz oposición del pueblo paraguayo, hay que seguir atentos.
Ahora, internamente seguimos siendo esclavos de muchas cosas malas que nos hacen daño, que vemos todos los días en los medios masivos, y que tienen raíces morales y espirituales muy profundas. En un mundo que proclama diversas formas de libertad, donde las ideologías, los sistemas políticos y las filosofías humanas prometen emancipación, es necesario volver la mirada a la única fuente y fundamento de libertad verdadera: Jesucristo.
Él mismo afirmó: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Pero esta Verdad no es un concepto abstracto ni una simple idea; es una Persona viva y eterna. Jesús declaró con autoridad: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Por lo tanto, ninguna persona puede experimentar verdadera libertad si no ha tenido una experiencia personal (no religiosa) con el Hijo de Dios. El pecado esclaviza, las mentiras ciegan, y el mundo ofrece cadenas disfrazadas de autonomía. Solo Cristo rompe esas cadenas, ilumina el entendimiento y da vida en abundancia.
Del mismo modo, una nación no puede ser verdaderamente libre si sus cimientos no están sobre la Verdad que es Cristo. La justicia, la paz y la dignidad humana no tienen sustento duradero si no están fundadas en el Evangelio. Las leyes humanas pueden restringir la opresión, pero solo el poder redentor de Jesús transforma corazones y sociedades.
Así, tanto individuos como pueblos están llamados a abrazar a Cristo y sus enseñanzas, no solo como una figura histórica o un “maestro moral”, sino como la Verdad encarnada. Solo en Él se encuentra la libertad que perdura, la paz que sobrepasa todo entendimiento y el acceso al Padre que da sentido eterno a nuestra existencia.
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