Desde su infancia, Daniel vivió en aislamiento debido al constante trabajo de sus padres, lo que lo condujo a un entorno de malas influencias.
A temprana edad, huyó de su hogar y comenzó a frecuentar lugares donde se reunían delincuentes y adictos, sumergiéndose en un mundo oscuro del que no pudo escapar fácilmente.
Con el tiempo, Daniel admitió que su vida fue una mentira, traficando drogas con niños para obtener dinero fácil. Aunque logró llenar sus bolsillos, su corazón permanecía vacío, atormentado por la falta de sentido y el arrepentimiento.
A pesar de sus esfuerzos por dejar atrás esa vida, se encontraba atrapado en un círculo del cual no podía salir solo. Su desesperación lo llevó al borde del suicidio, consumiendo una gran cantidad de pastillas en un basurero, pensando que esa era la única salida.
Sin embargo, en su momento más oscuro, clamó a Jesús, y como dice el refrán, «No hay mal que por bien no venga». Fue detenido y llevado a prisión, un giro que terminó siendo el punto de inflexión en su vida.
Hoy, desde la Penitenciaría Regional de Encarnación, Daniel asegura que ha encontrado la verdadera libertad en la fe, afirmando que Dios ha restaurado su corazón y transformado su vida.
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