Cada amistoso preparatorio para el mundial que disputa la Selección no es sólo una prueba técnica o estratégica.
Es un reflejo de cómo estamos como país.
Que vuelve a buscar su rumbo con trabajo, sacrificio y fe, en medio de la exigencia de una hinchada que cada vez sueña más alto.
Más allá de los resultados, lo que se pone en juego es algo más profundo: la capacidad de volver a creer en nosotros mismos, de demostrar que se sabe luchar con orden, entrega y dignidad.
El fútbol, como el país , necesita disciplina y unidad. No hay victoria sin esfuerzo, ni equipo sin confianza. En cada entrenamiento, en cada himno entonado antes del pitazo inicial, late ese valor que nos distingue: la fortaleza moral de un pueblo que no se rinde. La Selección debe ser reflejo de ese espíritu, no de la improvisación, sino del compromiso y el respeto por la camiseta.
El fútbol puede unir lo que la política a veces separa.
Cuando el equipo entra a la cancha, lo hace en nombre de todos: del obrero, del estudiante, del campesino, de cada compatriota que sueña con ver a su país en lo más alto.
Que estos amistosos, más que ensayos, sean un recordatorio de quiénes somos y de la grandeza que llevamos dentro cuando jugamos juntos, como nación.
Arriba Paraguay!













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