El contexto que nos presenta la prensa actualmente, valoriza la existencia de medios cristianos que van convirtiéndose en las pocas fuentes de integridad opinativa en estos tiempos en que empezó a rodar la temporada del pensamiento único.
La libertad de expresión se va debilitando y entramos a un torbellino contradictorio en el que de un lado se enarbola la bandera de “la no discriminación” pero se discrimina la opinión cristiana.
Una cultura «anti» se posiciona en base a una estructura piramidal que arriba instala sus principios que luego se deslizan ladera abajo. Hoy nos orientamos hacia el pensamiento único y ya las voces disidentes son interferidas o directamente bloqueadas tanto en medios tradicionales como en las redes sociales.
Si no entendemos el escenario en el cual nos desenvolvemos es que no estamos entendiendo la dinámica de los sucesos. Muchas veces, exponiendo con contundencia argumentos, confrontando falsedades en la plaza pública (redes, medios, zoom, etc.) un cristiano se encuentra incluso con que algún hermano que le pide evitar debates en base a lo siguiente:
“Recuérdales a todos que deben mostrarse obedientes y sumisos ante los gobernantes y las autoridades. Siempre deben estar dispuestos a hacer lo bueno, a no hablar mal de nadie, sino a buscar la paz y ser respetuosos, demostrando plena humildad en su trato con todo el mundo”.
(Tito 3: 2,3)
Ciertamente hay debates inconducentes porque están planteados en un escenario equivocado y en el que los argumentos cristianos son “perlas para los chanchos”. Sin embargo las Escrituras no dicen que no debamos pelear en el plano de las ideas. Pablo fue a Atenas y en el mismísimo Areópago, tomó el lugar central dispuesto a debatir con los filósofos de su época y les presentó al verdadero Dios.
Solo que la Biblia nos establece normas sobre el sentido y el estilo de batallar en un debate:
«No tengas nada que ver con discusiones necias y sin sentido, pues ya sabes que terminan en pleitos. Y un siervo del Señor no debe andar peleando; más bien, debe ser amable con todos, capaz de enseñar y no propenso a irritarse. Así, humildemente, debe corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad, de modo que se despierten y escapen de la trampa en que el diablo los tiene cautivos, sumisos a su voluntad”.
(2 Timoteo 2:23-26)
En esta porción de las Escrituras, la clave está en los términos: “Amable”, “enseñar”, “corregir a los adversarios” para que Dios les abra el entendimiento y “escapen de la trampa”. Es decir, evitar las “discusiones necias y sin sentido” pero no las que nos permitan ejercer el magisterio cristiano para amonestar, reprender, guiar a los que están en el error.
Se nos manda hacer nuestra parte para que -instalando la palabra de Dios- quienes transitan en el error hagan “click” con la verdad por obra del Espíritu Santo, de modo que se les abra el entendimiento, “escapen de la trampa” y se pongan a cuentas con el Todopoderoso. Si el cristiano no habla, nadie va a “oír” y la fe es por el oír.
Debe haber sabiduría para entender en qué momento y lugar dar testimonio de la verdad. Sobre todo refrenar la bronca porque frecuentemente se presentan provocaciones y está escrito:
“Nunca responda al necio de acuerdo con su necedad, para que no seas tú también como él. Responde al necio como merece su necedad, para que no se estime sabio en su propia opinión”.
(Proverbios 26:4)
En un mundo de engañadores como es el que vivimos hoy, estamos exhortados a defender el verdadero mensaje y animar a otros por medio de la buena enseñanza a comparecer en el escenario en que nos desenvolvemos, mostrar presencia con solidez y sabiduría.
En nombre de la laicidad que -en principio- pregonaba la autonomía de los ámbitos políticos y de fe, decididamente se promueve la exclusión de todo abordaje basado en cimientos cristianos. Peor aún, se ha dado un paso más ya que organismos internacionales que responden a una minoría, presionan a las organizaciones de fe para indicar qué enfoques no son correctos porque contravienen el pensamiento de la élite.
Hay que hacer apología de la verdad ante los habladores y mentirosos que han salido. El término apología viene de aquel personaje bíblico Apolos, gran orador que tenía la palabra fácil y contundente para refutar a los que negaban a Jesús.
Un cristiano que rebate falsedades ya sea sobre el matrimonio, el aborto, la eutanasia, en un tiempo en el que quieren expulsarnos del escenario, está dando una gran ayuda al cristianismo en tiempos en que ha empezado la persecución que fue anunciada miles de años atrás.
Escrito por Carlos Rodríguez Conductor del Programa: Camino Libre
emitido por RCC TV y RCC Radio
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