Me preguntaron si vi andar a los autos del “B”. Aquellos vehículos majestuosos de ruedas enormes, alerones generosos con lineas rectas y duras, que bramaban antes de partir y enloquecían sus marchas de la primera a la quinta, con un sonido estremecedor.? Cómo no?. La primera vez que vi en acción a los autos del grupo B, fue en 1985, en Cordoba. Fue una experiencia increíble, tanto por lo que representaba estar por primera vez en una prueba del mundial, como las expectativas que traía consigo el debut en la Argentina, de los Peugeot 205 T16. Uno, pilotado por un finés; Timo Salonen y el otro, por el santafesino Carlos Alberto Reutemann.
Mi primer contacto “cara a cara” con un súper auto de éstos fue una experiencia única ya que vería a los monstruos de una categoría de autos que sin embargo, estaba destinada a desaparecer un año después.
El episodio se dio en un tramo de tras la sierra, el mismo que yo recorrería tiempo después sentado al lado de Nelson Sanabria en un modesto LADA Samara del grupo A.
La carrera se disputaba con una temperatura bajo cero, pero con un calor de público tremendo, ya que estaban los mejores exponentes del rally mundial como Kankkunen, Blonqvist, Salonen, Metha y Vatanen, entre otros y los mejores del rally argentino como Recalde, Soto, Raies y compañía.
Yo era Fotografo. De hecho me ganaba la vida sacando fotos y haciendo unas crónicas para el desaparecido diario Hoy. Tenía 21 años y muchas de las cosas que me pasan hoy, 36 años después, no estaban en mis planes.
Aquella fría mañana del 31 de julio de 1985, yo estaba en el mejor vado del mundo. Me dispuse como una hora antes y aunque sabía que faltaba mucho, le esperé al primero durante cada minuto, con una concentración admirable.
Llegué al lugar, apunte al piso, medí la luz, medí la distancia, busque el foco en diferentes sitios y al final, media hora antes del paso del primero, me decidí por un lugar desde donde no se veía venir al auto a causa de una piedra gigante que me protegía del riesgo que me atropelle un coche descotrolado. Sin embargo, el vado estaba frente mío y si bien las posibilidades de mojarme eran muchas, la foto sería increíble.
El primero en pasar fue Timo Salonen, un tipo de lentes que aceleraba con los dos pies. El finés venía a la Argentina a buscar el triunfo después de descollar en Portugal, Acropolis y Nueva Zelanda y llevaba ese Peugeot 205 como si fuera lo más fácil del mundo. Bajo sus zapatos, sonaban maravillosos los 500 caballos de la fiera y el sonido de su motor mesclado con el golpe de agua, me estalló el cerebro para convencerme que ese deporte sería lo que ocuparía la mayor parte de mi tiempo, por el resto de mi vida y un día lloraría de emoción sólo al recordarlo.
Segundos antes de su aparición en escena, dos helicópteros ensordecedores ascendieron por el horizonte anunciando con el tableteo de sus aspas, la presencia del primero en la ruta.
Mi excitación, que llegó al maximo ante el evento que estaba a punto de suceder me hizo buscar la forma de mirar por arriba de la piedra, por lo que al encontrar un pequeño montículo, me trepé y hallé ante mis ojos un espectáculo que me marcaría para siempre.
Era una derecha peraltada con un piso inmaculado que lo harían en tercera marcha y las revoluciones del motor arriba. La proximidad del vado al salir de la derecha me dio la impresión que levantarían para encararlo, pero el Peugeot siguió rugiendo como si nada, cuando salte de la piedra y me acomodé para cumplir con mi objetivo.
Interpuse mi Pentax K1000 entre el auto, el vado y mis ojos y en el visor vi una pintura maravillosa que me paralizó el índice de la mano derecha y absorto por la imagen, lo vi pasar en el mismo momento en que sentí el baldazo de agua fría que me trajo de nuevo a la realidad.
Finalmente, no tomé la foto!. El Peugeot 205 T16 se me escurrió en el aire y me mojó casi completamente, aunque lo disfruté por varios minutos porque aquello fue como un splach de champagne que me bautizó de nuevo y me colocó en uno de los días más maravillosos de mi vida.jamás lo olvidaré. Fue el comienzo de un romance con los motores y la velocidad que me duraría para siempre, y no fue un cuento.
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