Cuando hablamos de “religión cultural” nos referimos a esa forma de religiosidad más bien preocupada por las tradiciones, la influencia social y el poder, que por la verdad espiritual, y que fue la verdadera fuente de la conspiración para matar a Jesús. Sus efectos continúan vigentes hasta hoy, a través de otro esquema religioso donde abunda la manipulación, la mentira y la hipocresía, al igual que hace dos mil años.
Los evangelios señalan claramente a los líderes religiosos de la época como los principales artífices de aquella conspiración: Anás, su yerno Caifás, Herodes el Tetrarca y Poncio Pilato —quien, a la sazón, y por cobardía política, cedió a las presiones del Sanedrín, una suerte de consejo de “sabios”, que nucleaba a estos religiosos.
Este sistema, respaldado por un aparato educativo subliminal, que promovía costumbres y doctrinas distorsionadas, estaba mucho más interesado en proteger su “poder” que en reconocer la verdad que Jesús proclamaba. Tal como registra Mateo 26:3-5, el complot se gestó en la oscuridad, de madrugada —mientras la mayoría del pueblo todavía dormía—; pero movilizaron una turba para exigir la crucifixión de un inocente, según las propias palabras de Pilatos.
Jesús fue arrestado, no por liderar una rebelión ni por incitar a la violencia. Los que lo capturaron aquella aciaga noche en Getsemaní fueron a buscarlo armados con espadas y palos, aun cuando sabían que Jesús y sus discípulos no representaban una amenaza física real. Mateo 27:17-18 y Juan 18:37-38 revelan el verdadero motivo de su condena: Jesús es la Verdad (Juan 14:6), y proclamaba la Verdad, la cual representaba una amenaza directa para el sistema religioso corrupto.
En contraste, Barrabás —un asesino convicto, involucrado en una revuelta política por el asesinato de soldados romanos— fue liberado por la presión ejercida por esos líderes religiosos. La elección de liberar a un criminal en lugar del Hijo de Dios nos demuestra cuán distorsionado estaba el sistema de justicia bajo la influencia de esos religiosos sin escrúpulos.
Incluso después de la muerte de Jesús, el afán por mantener la “narrativa oficial”, los llevó a otra conspiración; esta vez para negar su resurrección al tercer día (Mateo 28:11-15). Los soldados romanos que custodiaban la tumba fueron sobornados para declarar que el cuerpo fue “robado” por sus seguidores. Pero ese falso testimonio —curiosamente— no fue creído por ni por el Imperio, de lo contrario se hubiese iniciado una feroz persecución, que podía involucrar crueles torturas, seguidas de masacres, lo cual nunca ocurrió.
Hoy, esta misma “religión cultural” continúa actuando bajo diferentes formas, y el misticismo religioso seudo cristiano es quizá una de sus expresiones más peligrosas, pues ofrece una espiritualidad superficial que desvía a las personas de la Verdad del Evangelio. Esta forma de religión lleva a la pérdida definitiva del alma, una consecuencia eterna e irreversible tras la muerte.
Habiendo llegado a este punto, me surge una cuestión inquietante: ¿Cuántos hoy en el Paraguay profesan ese cristianismo por cultura o por tradición, pero carecen de una verdadera relación con Dios? Esto incluye a autoridades del Gobierno que, en ocasiones, se muestran “muy religiosos”, pero como resultado nos ofrecen frutos diametralmente opuestos al Evangelio. Es más, según las estadísticas, más del 80 de la población del Paraguay profesa esa misma religión; pero cabe preguntarse si realmente conocen y viven la Verdad, que es Jesucristo.
Reflexión final
Jesús desafió al poder religioso establecido no con violencia, sino con la Verdad. Su “entrada triunfal” en Jerusalén (Juan 16:12) marcó el inicio de una confrontación directa con la hipocresía y el control espiritual que los religiosos ejercían sobre el pueblo.
Pero, la lección es clara: no toda religión proclama la Verdad. Sobre todo, cuando la fe es una estructura de poder y tradición vacía, pierde su esencia y puede convertirse, como en el caso de los promotores del asesinato de Jesús, en enemigo del único Dios verdadero y de Jesucristo, a quien ha enviado.
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