La democracia se fortalece cuando hay ideas distintas, pero se debilita cuando hay polarización, enfrentamientos u odio.
En nuestro país, la política se ha convertido muchas veces en una pelea de bandos, donde el perdón no tiene lugar y la revancha es el pan de cada día.
Muchas veces, se cae en la tentación de reducir el debate como si fuera un enfrentamiento entre hinchas de clásicos rivales de fútbol.
Pero, ¿qué clase de país construimos si enseñamos a los jóvenes que al adversario se lo destruye, no se lo respeta?
La madurez política empieza por reconocer errores, pero también por saber perdonar y mirar adelante.
Como decía un viejo líder: “La patria está por encima del partido”. Y esa idea, hoy más que nunca, merece ser rescatada.
Hoy, atravesamos un momento en el que la ciudadanía reclama transparencia, ética y resultados. Los conflictos internos y las divisiones dentro de los propios movimientos políticos han terminado alejando a la gente de la participación cívica, generando desconfianza en las instituciones.
Sin embargo, la política no debería ser un campo de batalla, sino un espacio de encuentro para resolver los problemas reales de la sociedad: el empleo, la educación, la salud y la seguridad.
Es esencial recuperar el diálogo, la capacidad de construir consensos y el respeto por el que piensa distinto.
Porque solo así podremos dejar atrás la lógica del enfrentamiento y avanzar hacia un país donde las diferencias no sean motivo de odio, sino la base de una democracia viva, plural, esperanzadora y para el desarrollo.














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