Jesús sigue trayendo paz a los corazones angustiados, por conducto de hermanos evangelistas que recorren los hospitales y llevan palabras de sanidad, esperanza, fe y salvación en estos tiempos en que el desánimo y la desesperanza empapan muchas almohadas de los hospitales.
Todos hablan de los médicos y de las enfermeras pero en el Hospital de Clínicas y otros centros asistenciales, se han sumado en la enorme tarea los cuidadores de enfermos. Parientes y vecinos que se turnan para llevar alivio, voz de aliento y en la medida de las posibilidades, dejarse ver aunque sea de lejos para hacerles ver a sus queridos postrados en camas, que no están solos.
“Señor, por favor ore por mi familia. Sé que están allá afuera esperando buenas noticias de nosotros”. Parece difícil de creer pero hay enfermos que con mucha dificultad hablan para manifestar su preocupación por sus seres queridos sanos que aguardan su recuperación.
En otra cama una niña que dice tener 16 años, da de comer a un anciano que no puede valerse por si mismo y tras cada bocado que dificultosamente el paciente mastica, ella cuidadosamente le pasa una servilleta por el rostro para retirar cualquier resto y está ahí desplegando una tarea paciente arropada de amor.
“¿Cómo se llama tu padre?” le pregunta el evangelista y ella responde: “no es mi padre. Es un señor al que lo trajeron y lo dejaron aquí. Yo le cuido porque no tiene quien le ayude, lo aseo porque necesita ayuda”.
“¿Y cómo es que estás aquí cuidándolo?” insiste el varón de Dios y ella responde luego de retirar la cuchara de la boca del paciente: “Yo estoy aquí cuidando de mi tío que es el que ocupa la cama del medio, pero si yo no le doy de comer a él, no va a almorzar. No tengo problemas en hacerlo, en ayudarlo. Me gusta ayudar a las personas”.
Ante un gesto de magnanimidad y amor al prójimo de esta niña, el enviado le habla lo siguiente: “No se tu nombre, ni de donde venís pero Dios sabe quien sos y te digo que en este momento Él se goza en lo que estás haciendo. Te va a recompensar generosamente por tu acto de amor porque está escrito que aquello que sembramos, eso vamos a cosechar”.
Ella se limita a sonreír. El evangelista que visita la sala empieza presentar al Salvador a los internados y sus cuidadores y todos aceptan recibir a Jesús en sus corazones, como único Salvador y se clama al Señor por sanidad para todos.
Donantes de Biblias han proveído ejemplares del Nuevo Testamento que son entregados a los enfermos que así lo desean. La señorita manifiesta por su parte que no es enferma y entiende que las Escrituras son para los pacientes “pero Señor, yo quiero una Biblia…si es posible…”
Haciendo una salvedad a la instrucción de los donantes, el evangelista le entrega una Biblia a esa niña que en realidad es un ángel que el Señor puso ahí para que no le falte atención al anciano.
Nuevamente le preguntamos qué más sabe del paciente abandonado por sus seres queridos (expresión que la exponemos con reservas) y nos cuenta que lo habían traído y luego se fueron porque tenían miedo del contagio con covid-19.
Los visitantes que han venido a traer palabras de fe a la sala, oran por el anciano y todos los presentes, para que Dios derrame paz, fortaleza y sanidad sobre todos, al tiempo que una enfermera también pide oración y va el clamor al Señor porque no sabemos a qué hora empezó su guardia ni a qué hora la concluirá.
Pedimos provisión de fortaleza desde Lo Alto para que la enfermera y sus compañeros de equipo lleguen al final de su jornada con la misma energía con la que la iniciaron.
Tiempo de intensificar nuestra vida de oración porque está escrito:
“La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y, si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz”. (Santiago 5:15,16)
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