Están ubicadas en todos los continentes y presentan un enorme desafío humanitario con muy variadas aristas, que van desde la ayuda necesaria para asegurar la mera supervivencia hasta la atención psicológica a quienes han experimentado traumas producto de las guerras. Y en medio, una amplísima gama de necesidades.
Del total de refugiados y desplazados, un cuarenta por ciento son niños, para quienes puede resultar aún más difícil la situación.
Es un fenómeno global y creciente, que se vive en todos los continentes. De hecho, en Sudamérica, desde hace años vemos lo que acontece en Venezuela, país del que han salido aproximadamente seis millones de personas. Esto es evidentemente un espantoso drama que afecta individuos, familias y comunidades enteras.
Existen organizaciones internacionales que asisten a los refugiados y desplazados. Entre estas entidades hay algunas que son cristianas.
Sin embargo, queda la impresión de que podríamos tener un rol mucho más activo, dado lo que la Biblia nos muestra sobre el especial interés de Dios por estas y otras personas vulnerables.
Basta una lectura rápida de las Escrituras para ver que pinta un cuadro nítido de un Dios que mira, que escucha, que atiende y que actúa defendiendo a los vulnerables, y que llama a los Suyos a hacer lo mismo.
En Deuteronomio 10, como parte de los mandamientos de Dios, leemos: “Porque el Señor su Dios es Dios de dioses y Señor de señores. Es Dios grande, poderoso y temible, que no hace distinción de personas ni acepta soborno. Él hace justicia al huérfano y a la viuda, y también ama al extranjero y le da pan y vestido. Por tanto, amarás al extranjero, porque extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto” (v17-19, RV2015).
Mientras, Zacarías escribe: “El Señor de los Ejércitos Celestiales dice: juzguen con imparcialidad y muestren compasión y bondad el uno por el otro. No opriman a las viudas ni a los huérfanos ni a los extranjeros ni a los pobres. Tampoco tramen el mal unos contra otros.” (7:9-10, NTV).
Muchos otros pasajes refuerzan esta verdad, y algunos con gran detalle, como por ejemplo los relacionados al corazón de Jesús por los niños.
Todo esto nos debe llevar a reflexionar, orar y la actuar. En el Paraguay no vemos un gran flujo de migrantes y desplazados del extranjero, pero sí los hay. Y también hay desplazados de nuestros pueblos originarios en muchas ciudades.
¿No sería este el momento para que cada uno de nosotros hiciera algo, por pequeño que sea, en línea con la Palabra de Dios? Animémonos unos a otros a hacerlo. Mucho podría cambiar.
Por Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Asunción.
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