Estamos en un tiempo en el que muchos nos hemos endurecido, y nos hemos separado de los demás en lo emocional y espiritual, sin siquiera considerar lo que el “distanciamiento físico” puede añadir a esta situación. Nos hemos insensibilizado en la medida que las pérdidas de vidas se acercaban a nuestros círculos más íntimos: familia, amigos, colegas, hermanos en la fe.
De alguna manera y hasta un punto, esto nos protege emocionalmente. Pero, por cierto, no ayuda a los demás.
Necesitamos volver a conectarnos con nuestro prójimo —de manera real, profunda y significativa. No son suficientes las buenas maneras: debemos ir más allá, como seguidores y representantes de Jesucristo.
¿Cuándo fue la última vez que lloraste, no por ti ni por motivos egoístas, sino por alguien más, incluso alguien que no es parte de tu círculo íntimo? ¿Cuándo fuiste quebrantado por el dolor del otro?
Recuperar la sensibilidad es imprescindible. Los demás nos necesitan sensibles, compasivos, amorosos, serviciales, abnegados, altruistas. Es nuestro deber cristiano, sin escapatoria.
Necesitamos volver a mirar a los ojos de las personas y comprender lo que están viviendo. De esa manera estaremos en condiciones de servirles en el nombre de Jesús. Innumerables personas están pasando mal, muy mal. Una sencilla evidencia es que la tradicional respuesta al saludo casual —“Al pelo”, “Todo bien”— ahora es más parecido a “Aquí estamos, luchando”.
Vale recordar rápidamente a José, encarcelado de manera injusta. En vez de sumirse en la amargura y la autocompasión debido a la tragedia que enfrentaba, tuvo ojos para ver y un corazón para interesarse por el jefe de los panaderos y el de los coperos del faraón, encarcelados junto a él.
“…cuando los vio a la mañana siguiente, notó que los dos parecían preocupados…” y les preguntó la razón de su preocupación (Génesis 40.6-7). Ese interés y esa pregunta, encaminados por la soberanía de Dios, desencadenaron una serie de hechos que condujeron a milagros portentosos que habrían de materializarse tiempo después, para cumplir el propósito eterno del Señor.
Miremos a los demás y notemos sus angustias, como José. Ni imaginamos las grandes cosas que Dios podrá hacer a partir de estos sencillos gestos de amor y cuidado.
Articulo de Walter Neufeld es fundador y presidente de la Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby














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