Paraguay ante el espejo de lo que no fue

La política también se analiza desde las hipótesis. Preguntarse qué hubiera pasado con Paraguay si la coalición opositora (plagada de “partiditos” de izquierda), encabezada por el entonces presidente del PLRA, Efraín Alegre, y Soledad Núñez, hubiera ganado las elecciones no es un ejercicio de ficción caprichoso, sino una forma legítima de contrastar modelos de país, estilos de liderazgo y concepciones del poder.

Paraguay ante el espejo de lo que no fue

Carlos Fernández Valdovinos, ministro de Economía y Finanzas, informando este miércoles sobre la obtención del segundo Grado de Inversión por parte de Paraguay.

A estas alturas del tiempo, con un Paraguay que ha logrado estabilidad macroeconómica, reconocimiento internacional y una imagen de país confiable, la pregunta resulta inevitable: ¿estaríamos hoy en el mismo lugar si el rumbo político hubiera sido otro?

La oposición de entonces construyó su discurso desde la confrontación permanente. Efraín Alegre planteaba una política exterior de choque, particularmente en la relación con Brasil, un socio estratégico, pero también un país inmensamente más grande y poderoso.

En el caso de Itaipú, la narrativa no apuntaba a la diplomacia técnica ni a la negociación estratégica, sino a la presión política y al enfrentamiento discursivo. ¿Puede un país como Paraguay —pequeño en términos geopolíticos pero vital en recursos— darse el lujo de negociar desde la estridencia y no desde la inteligencia? Todo indica que no.

La historia demuestra que los grandes acuerdos no se logran con golpes sobre la mesa, sino con paciencia, solvencia técnica y credibilidad internacional. El actual gobierno ha optado por ese camino. Y los resultados, aunque aún en proceso de maduración, comienzan a ser visibles.

Uno de los indicadores más contundentes es la obtención del grado de inversión. Primero Moody’s, y recientemente Standard & Poor’s, otorgaron al Paraguay esa calificación largamente esperada. No se trata de un trofeo simbólico ni de propaganda oficial: es una señal concreta para los mercados, para los inversionistas y para el sistema financiero internacional.

¿Hubiera sido posible este doble reconocimiento bajo un gobierno que (en mi modesta opinión no contaba con profesionales competentes para cargos claves) proponía rupturas, discursos radicalizados y una política económica cargada de incertidumbre? La respuesta, al menos desde la lógica de los mercados, parece evidente.

La imagen país también cuenta. Hoy Paraguay es visto como una economía previsible, con reglas claras y respeto por la institucionalidad macroeconómica. Esa reputación no se construye en meses, ni siquiera en un solo periodo de gobierno. Es el resultado de decisiones acumuladas, pero también de una continuidad en el rumbo que el actual gobierno, encabezado por Santiago Peña desde 2023, decidió consolidar y profundizar.

Bajo una administración opositora, sostenida además por una intervención política abierta del entonces embajador estadounidense (del Partido Demócrata) Marc Ostfield —cuya participación en la escena interna fue, como mínimo, polémica (intentó a toda costa imponer la agenda globalista de género en nuestro país, vino con su «marido»)—, es legítimo preguntarse si Paraguay habría conservado su autonomía decisional y su equilibrio diplomático. La injerencia externa rara vez fortalece a los países; por el contrario, suele debilitarlos.

Por supuesto, ningún gobierno es dueño absoluto de los logros de un país, ni un solo periodo basta para cosechar plenamente los frutos de una estrategia de largo plazo. Pero sí es posible afirmar que ciertas decisiones aceleran el desarrollo, mientras otras lo ponen en riesgo.

Hoy Paraguay muestra señales claras de estabilidad, atractivo para la inversión extranjera y reconocimiento global. Pienso que no es casualidad, sino la consecuencia de un modelo que privilegia la prudencia, la negociación inteligente y la previsibilidad. Mirar hacia atrás y preguntarse qué hubiera pasado si el camino elegido era otro no es nostalgia ni arrogancia: es una advertencia. Porque en política, como en la historia, no todos los rumbos conducen al mismo destino.

 

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