¿La violencia? No, el amor

El periodista Carlos Rodríguez nos habla sobre el valor que tienen los gestos de generosidad que estamos notando a diario.

Articulo RCC – En una alocución pública en estos días, el Presidente Mario Abdo Benítez situó al amor como la fuente de solución de buena parte de los problemas que hoy enfrenta la sociedad. Lo que se notó en las redes sociales es que la gente no pensó mucho sobre el punto y como acumuló descontento en contra de la gestión gubernamental, más bien se dedicó a denostar la propuesta.

Sin embargo, no nos gustó la violencia protagonizada por Payo Cubas. No es el camino.

Somos conscientes de que el amor está atenuando el impacto de la pandemia. Polladas, rifas, donaciones de carpas, alimentos están contribuyendo a generar un vínculo amoroso de cuya dimensión y beneficios no estamos teniendo su correcta interpretación.

La ética social paraguaya ha estado basada históricamente en la solidaridad. Somos un pueblo solidario y eso surgió con fuerza luego de las dos grandes guerras que sumieron a nuestra gente en situaciones de extremas carencias que solo pudieron ser sobrellevadas con amor manifestado en forma de ayuda mutua entre necesitados.

Entonces, ese ejercicio cabal de “projimidad” es una riqueza enorme que resplandece en situaciones de crisis como la que vivimos actualmente ¿Cuánto valor tienen los gestos de generosidad que estamos notando a diario?

“Mi madre murió en terapia intensiva y ya no vamos a usar MIDAZOLAM. Tengo estas cajas que quiero donar, por favor escríbanme al DM porque quiero tener la certeza de quien recibirá los medicamentos. Aclaro esto simplemente porque hay muchos avivados”.

Este mensaje en una red social configura un acto de amor inteligente. En un contexto en el que muchos se avivan para obtener beneficios mercantiles de gestos solidarios, hay gente que se preocupa de hacer el bien de una manera segura y categórica.

Es enorme el poder del amor que cada uno tiene a su cargo para cargar el peso de la cruz de los demás y hacer su vida más llevadera en un escenario problemático como el que hoy enfrentamos.

Y probablemente, si lo pensáramos mejor, si tomáramos mejor conciencia de ese poder, hubiéramos evitado muchos contagios y muertes, pero simplemente hemos estado renunciando a nuestra parte de la responsabilidad para ubicarla casi con exclusividad sobre el gobierno.

En efecto, hemos estado esperando que rija un decreto del Poder Ejecutivo cuando lo que debimos haber entendido es que desde un principio debió regir el sentido de responsabilidad de cada uno. Vale decir, tener conciencia de que los más jóvenes -con actividades sociales y deportivas absolutamente evitables- han estado multiplicando la movilidad viral, llevando contagios a sus padres y abuelos.

Padres y abuelos aislados en sus casas que tal vez se convirtieron en víctimas pasivas de la falta de conciencia de sus descendientes.

Como sociedad no debemos olvidar que si bien, hoy por hoy ponemos el acento en el reclamo de derechos, no corresponde diluir la otra parte que tiene que ver con el cumplimiento de obligaciones que tenemos con los demás. Considerar con seriedad que nuestros derechos van hasta donde empiezan los derechos ajenos.

Si miráramos con más frecuencia nuestro rol social de este modo, entenderíamos el sentido democrático de nuestro accionar social. Y esto no es otra cosa que llevar a la práctica aquel mandato que el Creador dejó en nuestras manos: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Esto quiere decir que si te amas, te cuidarás y con ello cuidarás a tu prójimo, tu próximo, ese o esos que comparten contigo penas y amarguras, esos que te dan contención al comprenderte, al mimarte bajo un mismo techo porque son tu pertenencia más importante y tú, su más importante pertenencia.

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