Tal vez, muchos se hicieron otra idea de lo que deberían ser los Juegos Olímpicos de París 2024. Desde el acto inaugural, las reacciones no se hicieron esperar. Las simbologías usadas – directa provocación al cristianismo – como muchas otras muestras de la depravación moral de nuestros tiempos está en auge en la máxima cita deportiva mundial. Tal es así, que quitaron de las plataformas las imágenes del acto inaugural – que supuestamente no consideraban que iban a ser ofensivas para algunos – luego de recibir una serie de críticas a la organización. Todo lo que envuelve a los hackeos al sistema de transporte, al sistema eléctrico en Francia, la tremenda desorganización en el día a día – perjudicando seriamente a nuestra selección sub 23 de fútbol; el escándalo en el boxeo donde no hay claridad sobre si corresponde en categoría masculino o femenino; y podemos seguir enumerando muchos detalles llamativos como éstos de los Juegos Olímpicos.
Tampoco la pavada: los Juegos Olímpicos no son una iglesia. Es el mundo, en el cual Jesucristo nos llama a ser Sal y Luz. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Y es aquí donde se destacan algunos, que incluso con lenguaje de señas testifican de su fe. Cuanto más huele a Sodoma y Gomorra: más queda en evidencia el testimonio de los cristianos. Y por eso, volví a mirar un poco la historia de los Juegos Olímpicos: y ahí entendí muchas cosas. A veces pecamos de ingenuos, cuando creemos que se trata de una competencia cualquiera a la que estamos acostumbrados en el mundo occidental.
Mientras miramos la historia, seguiremos orando para que los cristianos puedan ser un poderoso testimonio del Poder de Dios – del Dios Único y Verdadero – Jehová de los Ejércitos. Para todos los seguidores de Cristo, lo importante es saber que tenemos por delante una tremenda batalla: ideológica y espiritual principalmente. Nada mejor que recordar la enseñanza del Apóstol Pablo que conocía la terminología de las olimpiadas: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe» (2 Tim. 4:7) Cuando entendamos que toda nuestra vida consiste en una batalla parecida a los Juegos Olímpicos, rodeados del hedor de Sodoma y Gomorra; que logremos terminar la carrera, manteniendo la fe en Jesucristo: ahí habrá motivos para festejar… en la eternidad con El y todos los suyos.
Un poco de historia, sobre los Juegos Olímpicos. Los antiguos Juegos Olímpicos eran un evento deportivo que se celebraba cada cuatro años en el lugar sagrado de Olimpia, en el Peloponeso occidental, en honor a Zeus, el dios supremo de la religión griega. Los Juegos, que se celebraron entre el 776 a. C. y el 393 d. C., contaban con participantes y espectadores de toda Grecia e incluso de fuera de ella. Los Juegos Olímpicos fueron el acontecimiento cultural más importante de la antigua Grecia y se celebraron durante 293 olimpíadas consecutivas. Tan importantes eran los Juegos en el mundo antiguo que incluso se utilizaban como base para el calendario.
Las primeras Olimpíadas se celebraron a partir del año 776 a. C. en la primera luna llena después del solsticio de verano (hacia mediados de julio) en honor a Zeus. El vencedor de la primera y única prueba, la carrera a pie del stadion, fue Koroibos de Elis y, a partir de entonces, se registraron todos los vencedores y se dio nombre a cada olimpíada, lo que nos proporcionó la primera cronología exacta del mundo griego antiguo. Una olimpíada no solo era el nombre del evento en sí, sino también del período entre los juegos. Durante una tregua panhelénica de tres meses, los atletas y hasta 40 000 espectadores venían de toda Grecia para participar en los Juegos de Olimpia. Más tarde, se organizarían otros juegos en otros lugares sagrados como Delfos, Istmia y Nemea, pero los Juegos Olímpicos seguirían siendo los más prestigiosos.
Los Juegos comenzaban con una procesión que iba desde la ciudad anfitriona de Elis hasta Olimpia, encabezada por los Hellanodikai (jueces), y al llegar a Olimpia todos los atletas y funcionarios juraban seguir las reglas establecidas de las competencias y competir con honor y respeto. La ceremonia religiosa más importante del evento era el sacrificio de 100 bueyes, conocido como la hecatombe, en el altar de Zeus, que se llevaba a cabo al finalizar las pruebas deportivas.
A las mujeres no se les permitía participar ni ver las pruebas, aunque sí podía haber chicas jóvenes entre el público, con la única excepción de la sacerdotisa de Deméter Chamyne. Hubo un caso famoso de incumplimiento a esta regla de exclusividad de hombres: el caso de Kallipateira. Había entrenado a su hijo Peisirodos y, cuando ganó la carrera, la madre celebró de manera demasiado exuberante en la multitud: se quitó la ropa y reveló su sexo. Se libró del castigo prescrito de la pena de muerte porque procedía de una familia de grandes vencedores olímpicos, pero a partir de entonces todos los entrenadores debían ir desnudos, como los atletas, para evitar que se produjera un hecho semejante en el futuro.
Los atletas competían desnudos, probablemente para tener total libertad de movimientos. Las pruebas estaban abiertas a todos los varones griegos libres y la lista de vencedores ilustra el carácter panhelénico de los Juegos, ya que los atletas procedían de toda Grecia y, en la época romana, la norma de no extranjería para los atletas fue más flexible. Los vencedores eran aquellos que vencían a todos los demás competidores. Prácticamente no existen registros de los tiempos y distancias alcanzados por los atletas vencedores, ya que no se consideraban importantes, la idea era ser el primero entre los mejores, no batir récords.
Durante las 12 primeras Olimpíadas, la carrera a pie del stadion fue la única prueba y siguió siendo la más prestigiosa a lo largo de la historia de los Juegos. La carrera se desarrollaba en una longitud (un stadion) de la pista del estadio, de 600 pies antiguos o 192 m, y se realizaban series preliminares en las que los ganadores de las series pasaban a la final. Los atletas se agrupaban por sorteo y, en aras de la equidad, esta era también la forma en que se hacían los emparejamientos en las demás pruebas. El ganador final del stadion incluso daba su nombre a esos Juegos en particular y, de esta forma, era recordado para siempre. Con el paso del tiempo, se añadieron otras pruebas a los Juegos para que el programa total fuera de 18 pruebas repartidas en cinco días
Los Hellanodikai también entregaban la corona de la victoria (kotinos) de hojas de olivo silvestre y una rama de olivo cortada del árbol sagrado (Kallistephanos) a cada ganador de la prueba. El olivo era relevante porque se cree que los árboles de Olimpia fueron plantados originalmente por Hércules. Otro premio podía ser una cinta de lana roja que se llevaba en la parte superior del brazo o alrededor de la cabeza, especialmente para los corredores de carros, ya que era el dueño del caballo quien recibía realmente la corona de olivo. Después de los Juegos, los vencedores eran recibidos como héroes en sus ciudades de origen. Los vencedores solían entrar en la ciudad en una procesión en la que montaban un carro de cuatro caballos, se celebraban grandes banquetes en su honor y podían recibir beneficios adicionales como la exención de impuestos e invitaciones para formar parte de la élite política. (Extractos de la World History Encyclopedia, «Los antiguos Juegos Olímpicos»)