Conmemoramos en estos días los hechos más dramáticos, decisivos y relevantes en la vida terrenal de Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro Señor. Es en este breve periodo de tiempo en el que Su obra—el propósito por el cual el Todopoderoso se encarnó— se completa. La postrera afirmación «¡Consumado es!», de Juan 19:30, le da sentido a todo lo demás en este mundo, visible e invisible.
Cada palabra y acción de Jesús en estos días, desde la entrada triunfal en Jerusalén hasta exhalar Su último suspiro, para luego resucitar glorioso, tiene que ver con el «¡Consumado es!», que resume en un par de palabras de profundo significado toda Su obra redentora, que comenzara con la promesa de Génesis 3.
Naturalmente, entonces, estos son días que llaman a una profunda reflexión, meditación, oración, adoración y arrepentimiento, tanto personal como colectivo.
Sin embargo, tal cosa se ve dificultada por algunos factores. En primer lugar, la cultura popular, que le ha otorgado a esta conmemoración un dimensión ajena a su esencia. Vacaciones, turismo interno, gastos desmedidos, atracones de comida, bebida o Netflix, alejan la atención de lo verdaderamente importante en estos días. De hecho en un país de la región, desde hace más de un siglo sencillamente a esta semana se le llama la Semana del Turismo.
Otro aspecto que se confabula en contra de la actitud con que el cristiano debiera vivir esta temporada, es la reiteración, año tras año, de formas de conmemorar el sacrificio y celebrar la resurrección del Señor que, por lo reiteradas, van perdiendo su impacto inicial y se transforman en meras tradiciones, cada vez con más cáscara y menos sustancia.
Hemos escuchado tantas veces y de la misma manera el relato de los hechos, que ya no nos conmueve. Y sí: es el relato de los hechos que alguna vez nos sacudieron hasta lo más profundo, impulsándonos de manera incomprensible, milagrosa y sobrenatural hacia los pies de Jesucristo, clamando por Su perdón y redención. Los mismos hechos que han marcado para siempre la historia de la humanidad.
Necesitamos hacer una pausa, pero una de verdad. Necesitamos hacer silencio. Necesitamos alejar nuestros ojos y nuestras mentes de toda distracción. Necesitamos humillarnos ante el Alto y Sublime. Necesitamos encontrarnos con Dios en estos días, y también encontrarnos unos cono otros, y así poder ver en una manera fresca y renovada la «sublime gracia» de la que habla el antiguo himno.
Si vamos con esta actitud al Señor y a Su Palabra, veremos el cuadro completo y los muchos detalles que lo componen, en un equilibrio de enorme complejidad y sencillez. Veremos las devastadoras consecuencias del pecado y el egoísmo en la vida del hombre, de todo tipo de hombre. Pero también veremos la grandeza y gloria inconmensurable del Hijo de Dios, que «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo… y se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:6-8).
Y también veremos claramente el resultado de la resurrección, «Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre» (Filipenses 2:9-11).
Hagamos un esfuerzo deliberado y durante estos días especiales retirémonos, hagamos silencio y encontrémonos con el Señor que dio Su vida para darnos vida, que llevó sobre Sí el pecado del mundo, para que seamos perdonados y limpiados, que fue humillado en todas las formas posibles, para que seamos llevados a la gloria eterna, que fue quebrantado para que seamos plenamente restaurados.
Separemos el tiempo que sea necesario para ser renovados en nuestra fe y esperanza y así enfrentar este tiempo tan complejo, difícil y desafiante que nos toca vivir. Hagámoslo para aferrarnos a Él, sabiendo que es el único que nos puede sostener: «Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer» (Juan 15:4-5).
No perdamos la oportunidad que se nos da. Quién sabe si la tendremos nuevamente.
Escrito por Pr. Pablo Sánchez
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