Una convocatoria difundida a través de las redes sociales volvió a encender una señal de alerta: una fiesta dirigida exclusivamente a adolescentes de entre 12 y 16 años se realizará el próximo 16 de agosto en un establecimiento de Asunción. Las entradas, que cuestan 70.000 guaraníes, ya están disponibles en una plataforma de venta online. El evento contará con DJ’s, luces, música a alto volumen y normas que, a primera vista, parecen pensadas para tranquilizar a los padres: estará prohibido el consumo de alcohol y vapeadores, habrá personal de seguridad y un espacio destinado a los adultos responsables.
Pero detrás de esa fachada de supuesta responsabilidad, emergen interrogantes mucho más complejos. ¿Es razonable que menores de edad sean expuestos a entornos de fiesta típicamente adultos? ¿Quién controla realmente la edad de los asistentes? ¿Qué garantías hay de que lo que se prohíbe en los folletos se cumpla efectivamente dentro del local?
Y es que este tipo de fiestas, disfrazadas de “encuentros juveniles”, están comenzando a convertirse en una tendencia preocupante: eventos explotan una franja etaria particularmente vulnerable.
Lo que antes era un baile escolar en el salón de la institución, con docentes y horarios diurnos, ahora mutó en encuentros pagos que imitan la lógica del «boliche» adulto: luces, DJ, códigos de vestimenta, influencers y redes sociales como canal principal de difusión. El caso más reciente —una «pijama party» realizada el pasado 18 de julio en un conocido local nocturno de Asunción— generó sospechas de presencia de menores. La Policía intervino, pero no encontró adolescentes dentro. Sin embargo, quedó en evidencia la fragilidad de los controles.
Lo que está en juego no es solo la seguridad física de los menores, sino su salud mental, su percepción del ocio, de los vínculos y del consumo. La pregunta no es si habrá seguridad en la puerta del evento, sino qué valores se están legitimando cuando se ofrece una fiesta de acceso limitado como premio aspiracional a los 12 o 16 años.
La sociedad paraguaya debe preguntarse con urgencia: ¿Qué estamos enseñando a niñas y niños sobre lo que vale, sobre lo que importa? ¿Por qué permitir estas exposiciones a menores? ¿Quién responderá ante algún problema?
Mientras estas fiestas sigan organizándose sin cuestionamientos, lo que se está celebrando en la pista no es la niñez ni la juventud: es el abandono.














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