A los 13 años, Graciela experimentó un trauma devastador: una violación dentro de su propia familia. Este evento desencadenó una espiral de dolor y sufrimiento que la llevó a depender de las drogas como mecanismo de escape. Este oscuro camino la condujo a cometer un delito grave que la llevó a cumplir una condena de diez años en prisión.
A pesar de pasar una década tras las rejas, Graciela no encontró la redención ni la oportunidad de reintegrarse a la sociedad al recuperar su libertad. Sin opciones laborales legítimas, se vio atrapada en el mundo del tráfico de drogas, luchando por mantener a sus cinco hijos en medio de la clandestinidad de su actividad.
La vida golpeó a Graciela una vez más cuando le diagnosticaron cáncer, con pronósticos desalentadores que la sumieron en la depresión.
Atrapada nuevamente en el sistema penitenciario, encontró finalmente un rayo de esperanza al llegar a la Penitenciaría Regional de Encarnación. Fue aquí donde su vida dio un giro inesperado al encontrar consuelo en la fe y aceptar a Jesucristo en su corazón.
Actualmente sin una condena definitiva, Graciela anhela convertirse en un ejemplo para otras mujeres, guardando la esperanza de prevenir que caigan en un camino similar de oscuridad y errores.
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