Cuando los criminales se transforman en «dioses»

Un hecho repetido: el narcomenudeo asociado al culto a la personalidad de figuras criminales.

Un llamativo hecho está siendo observado por la SENAD en el eslabón más bajo del tráfico de drogas: los microtraficantes, vendedores que mantienen el trato con los consumidores

   Narcomodelos

En diversos allanamientos, los agentes detectaron la presencia recurrente de cuadros, tatuajes y objetos vinculados a personajes marginales, delincuentes vinculados a las drogas y la violencia que se han masificado en el cine y en el relato a través de la TV y redes sociales. Estos trascienden el ámbito de la prensa de policiales y elentretenimiento para convertirse en una forma aspiracional de vida, especialmente entre sectores socialmente vulnerables. Entre las figuras más recurrentes aparecen Pablo Escobar, el narcotraficante colombiano, y Tony Montana, personaje del cine. Tatuajes alusivos a Escobar, cuadros y objetos de culto vinculados a figuras criminales, una constante que se repite en los operativos y que revela una dimensión cultural del delito que se deja de lado.

Últimamente, entre estos «referentes», aparece un representante del hampa nacional: Armando Javier Rotela, que se instala como objeto de idolatría, un «dios», un modelo «exitoso» a seguir.

 Las redes

Según los estudiosos, esta dinámica responde a una necesidad profunda de pertenencia e identidad. Esta circunstancia es aprovechada por las organizaciones criminales para captar adeptos, ofreciendo una sensación de poder y reconocimiento, un ascenso social que el crimen organizado promete, pero rara vez cumple.

Entre «no ser nadie» y «ser uno por encima», se elige esta última opción. No importan los medios.

Como fenómeno paralelo y multiplicador, aparecen las redes sociales. No solo es pertenecer a un grupo criminal, sino también mostrarlo. No solo robar, sino también exhibir lo robado. Una especie de «marketing del delito».

Mostrar dinero, joyas, armas, tatuajes, heridas, mujeres, violencia.

  Sin referentes

Otro fenómeno se instaló en los últimos años: las «narcofamilias». No hablamos de los grandes grupos de poder, sino de familias completas de microtraficantes. El padre vende drogas y va preso, le siguen los hijos, cada vez más jóvenes. También puede ser en el sentido inverso: toma la posta la mamá y hasta la abuela o el abuelo.

Así, el «el delito» deja de serlo: es un estilo de vida. La cárcel y el castigo, apenas una circunstancia. La muerte, un paso más. «Vive rápido y muere joven», decía una película de Hollywood.

Todo esto le impone a las autoridades (y a la sociedad toda) un gran desafío: no solo represión, sino también educación, prevención, proponer otros modelos de vida que parecen haberse perdido. Un trabajo cultural difícil, pero impostergable.

 

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