Él es un exguerrillero de 72 años, admirador del Che Guevara, y su esposa, Raquel Murillo, una poetisa excéntrica de 67 años ataviada de pulseras y pañuelos, que ejerce el poder detrás del trono, desde su cargo de vicepresidenta.
En medio de la crisis política desatada desde abril con cruentas protestas, Ortega pasó de tener altos índices de popularidad a un rechazo de 63%, según un estudio de mayo de la firma CID Gallup.
Poco queda de aquel líder revolucionario que ilusionó al continente 39 años atrás. Hoy, la comunidad internacional lo señala como responsable de una feroz represión a quienes quieren sacarlo del poder, que acumula al menos 280 muertos en tres meses. Murillo describe la ola de violencia que azota el país desde el 18 de abril como “tiempos de oscuridad” provocados por “malignos”.
Tras tres meses de protestas y con la economía en caída libre, Ortega luce demacrado, se muestra poco en público y, cuando lo hace, habla de paz, amor, Dios y evita atacar al “imperialismo”.
Aferrada al poder, la pareja presidencial se ha negado a adelantar elecciones como propone la Conferencia Episcopal, mediadora en un diálogo con la oposición para intentar resolver la crisis.













