¿Políticamente correctos?

Por demasiado tiempo hemos procurado que las personas no se ofendan ni incomoden por nuestras palabras o acciones. Así, muchos pasajes bíblicos demasiado explícitos o que pudieran llegar a ser inquietantes o perturbadores para nuestra audiencia, han ido quedando fuera de nuestro repertorio, digamos. Hemos vivido de tal forma que esta ha llegado a ser nuestra normalidad.

No obstante, un día cualquiera nos sorprende la nueva realidad: hasta nuestras palabras más diplomáticas —esas que escogemos con sumo cuidado para no lastimar a nadie— han ganado la etiqueta de ofensivas, discriminatorias o denigrantes, por lo que tampoco se pueden utilizar de manera pública y, a veces, privada.

Se ha impuesto la norma de lo “políticamente correcto”. Entonces, ya no son “todos”, como lo establece la norma idiomática castellana, sino “todas y todos” —y, mejor aún “todes”. Y así, sucesivamente, sin fin, sin límite.

Esto, que parece un chiste carente de gracia, y que por ahora se restringe al ámbito del idioma, es solo el comienzo. Luego vendrán otras limitaciones: qué es permitido predicar o enseñar, para no violentar los derechos de individuos o colectivos. Qué actividades para niños se podrán realizar o no, para respetar su derecho a la autodeterminación. Y la lista sigue.

En nuestro país todavía estamos lejos de la desoladora realidad de otros que han sido pioneros en esta especie de carrera a la autodestrucción, pero vamos recorriendo el mismo camino.

Para los cristianos, pueblo de la Palabra, del decir y el hacer, pueblo llamado a proclamar fielmente el mensaje eterno de Dios, esto es muy delicado. Si ya veníamos limitándonos a nosotros mismos hasta cierto punto, ahora otros comienzan a limitarnos y nos limitarán más y más.

Esto nos lleva a recordar un pasaje del Nuevo Testamento. Tras una discusión con los fariseos, Jesús es interpelado por sus propios discípulos: “¿Te das cuenta de que has ofendido a los fariseos con lo que acabas de decir?” (Mateo 15:12).

Sin duda se había dado cuenta, porque no era la primera ni sería la última vez que Él habla claro y descarnadamente. Fue “políticamente incorrecto” pero representación visible de toda verdad, amor, perfección, belleza y santidad del Trino y Eterno Dios.

Es que Dios habla claro, siempre. Y Sus enviados siempre hablaron claro, al punto que muchos de ellos fueron muertos precisamente porque los receptores de una palabra enviada desde el cielo, se ofendieron.

Juan el Bautista, al igual que muchos profetas de Israel, corrió esa suerte. No vacilaron ni temieron. No diluyeron su mensaje con artificios idiomáticos. Fueron frontales, directos y claros, al igual que los cristianos de la primera iglesia, que desafiaban el poder mundano proclamando “Jesucristo es el Señor” y predicando Su reino y gloria.

No es tiempo para temer, retroceder ni menos callar. Es tiempo para correr, para continuar cumpliendo nuestro llamado de predicar el Evangelio del reino a todos en Paraguay y hasta lo último de la tierra. Recordemos la gran nube de testigos que nos observa desde la eternidad (Hebreos 11), pero sobre todo, recordemos y miremos a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:1-11). Él, por Su gracia, nos sostendrá.

Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby

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