Permiten que el usuario logre sumergirse en la experiencia de escucha al punto de disfrutar la música —o la voz— en una nueva dimensión. Bien por los que pueden acceder y disfrutar de la misma.
Ahora, ¿qué relación habría entre los auriculares con reducción de ruido y nuestra vida cristiana? Bastante.
¿Quién podría negar que en nuestros días el ruido externo es ensordecedor? Tantas voces, tantas ofertas, tantas ideas, tantas imágenes, tantas palabras. Demasiadas redes sociales, influencers, música, películas y programas de televisión, streaming, publicidad, mensajes de texto. Tantos altavoces y pantallas. Todos a una procurando ganar nuestra atención… y nuestra devoción.
Reducir el ruido externo es esencial para nuestra relación con Dios. Lo ha sido desde siempre, pero hoy es asunto de vida o muerte.
Sin silencio, sin la posibilidad de acallar nuestra alma, no es posible intimar con nuestro Padre. No se puede escuchar y aprender a los pies de Jesús. No se consigue entender la guía del Espíritu Santo.
Necesitamos desesperadamente aislarnos del ruido —tanto del exterior como del que emana de nuestro propio interior— para poder conectarnos con el Altísimo. Y, de cuando en cuando, para conectarnos realmente con nosotros mismos. Así podemos orar, escuchar a Dios a través de Su Palabra, adorarlo, interceder por los demás.
Cuando el profeta Elías se encontraba en la cueva de Horeb y Dios le ordenó salir para ponerse delante de Él, la santa presencia no estaba en el tempestuoso viento, ni en el destructor terremoto ni en el ardor del fuego. Estaba en “el susurro de una brisa apacible” (1 Reyes 19.11-13).
El ruido del viento, del terremoto y del fuego podría ser tal vez más intenso que el ruido del corazón del profeta. No así el susurro de una brisa apacible, que jamás habría escuchado de no haber silenciado su alma.
No es fácil, pero debemos poner todo en pausa, bajar el control del volumen a cero, o mejor aún, activar nuestros auriculares espirituales con reducción de ruido. Solo así nos podremos conectar profunda e íntimamente con Dios, en una experiencia envolvente y sin igual, como diría la publicidad. Pero, lo sabemos, ¡no hay palabras que puedan describir cuán sublime es esa experiencia!
Ahora, hagamos silencio.
Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby
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