Están en las góndolas de los supermercados y en los estantes de las modestas despensas de barrio. Tienen marcas convincentes y vienen con envases y diseños atractivos.
Hoy existen “bebidas lácteas” que no son leche, “azúcar” que es elaborada en laboratorios, “jugo de limón” que del cítrico tiene solo el nombre, “quesos” hechos de aceite vegetal, “chocolate” fabricado con saborizantes artificiales…
Parecen ser algo, pero no lo son. Reemplazan a un producto original. Son más baratos y, en ciertos casos, les acompaña la promesa de una mejor salud. Sucedáneos: así se les conoce.
Esto podrá funcionar en la industria alimenticia, pero no en el mundo de la fe cristiana.
El Evangelio de Jesucristo no admite sucedáneos, modificaciones, atajos o acomodos circunstanciales. Solo es Buenas Noticias para la humanidad si es que permanece inalterado e íntegro, tal como fue anunciado por el Señor mismo.
En medio del conflicto espiritual donde el padre de la mentira (Juan 8:44) despliega todos sus esfuerzos para mantener bajo engaño a los suyos e intenta engañar a los creyentes (24:24), no hay espacio para vacilaciones, temores o concesiones: el Evangelio, poder de Dios para salvación, debe mantenerse completamente inalterado.
En una época en que las personas escuchan solo lo que quieren escuchar, se multiplican los falsos maestros y florece el engaño espiritual (2 Timoteo 4:3). No importa quién aparezca con una versión pervertida de las Buenas Noticias, igual es una falsificación, advierte el apóstol Pablo: “Pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, quede bajo maldición” (Gálatas 1:6-9).
La mentira, aunque travestida lujosamente, no deja de ser lo que es: un abominable producto de las tinieblas que lleva a la eterna perdición.
La amenaza es real por lo que haríamos mal menospreciándola. Dios mismo nos lo señala, y nos indica el camino: debemos permanecer en Cristo y Su Palabra, obedeciéndola (Juan 15:1-17), deseando con ansias ser alimentados por ella (1 Pedro 2:2), siendo saturados por ella (Colosenses 3:16), manteniéndonos llenos del Espíritu, que nos guía y da poder (Efesios 5:18).
Que Dios nos conceda la gracia de mantenernos fieles a Su llamado y a Su mensaje. Que Su Palabra permee y llene nuestras mentes, que dirija nuestra voluntad y transforme nuestro corazón y sus afectos, recordándonos día a día que solo hay un Evangelio, el de Jesucristo, el cual somos llamados a predicar y enseñar, para la gloria de Dios.
Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy














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