Somos parte de una familia enorme y diversa que a lo largo de su historia ha enfrentado grandes dificultades al lidiar con estas diferencias. Ancestrales divisiones, basadas en el temor, los prejuicios o el mero orgullo, han dado lugar al rechazo, la segregación y exclusión, la violencia, la miseria y la muerte.
Sin embargo, los meros esfuerzos humanos para superar estos males, aunque necesarios, no son suficientes.
La verdadera inclusión viene de encontrarnos con Dios, quien nos creó a su imagen, varón y mujer. Nos hizo diferentes unos de otros, dando a la humanidad un nivel de belleza, riqueza y valor que no existe en la uniformidad.
Pero el pecado nos separó, tanto de Dios como de nuestro prójimo. Ante ello, el Hijo se hizo hombre para salvarnos del poder del pecado, permitiéndonos volver a Dios, y los unos a los otros.
“Ya no importa si eres judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer. Todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). En Él ya no hay diferencias religiosas y étnicas, sociales y económicas, o sexuales. Somos uno solo.
Él es el camino, la verdad y la vida para todos. Lo demostró radicalmente con Sus hechos y lo enseñó con Sus palabras. Valoró a las mujeres en una época en que eso no se acostumbraba. Se relacionó con gente de diferentes etnias. Abrazó y bendijo a niños. Tocó a leprosos. Dialogó en un plano de igualdad con autoridades y siervos.
El pecado nos ha afectado a todos, sin diferencias. Y la solución para ese pecado, es solo una: la dada por un Dios misericordioso, que en Cristo Jesús nos perdona, nos vuelve a unir con Él y los unos con los otros, y nos libra de la muerte: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Hoy somos llamados a practicar y predicar la verdadera, total y completa inclusión. “Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria” (Romanos 15:7).
Así anticipamos en esta tierra lo que acontecerá en el cielo por la eternidad, cuando todo tipo de personas, representando la hermosura de la creación de Dios, entonarán alabanzas y adorarán al Cordero (Apocalipsis 5:9).
Seamos inclusivos: Amemos. Sirvamos. Prediquemos. Demos nuestras vidas, en el nombre de Jesús.
Por Pablo Sánchez, Coordinador de Comunicaciones y pastor de los Ministerios Infantiles de Jesús Responde.














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