El Señor está buscando más que nunca tener con Sus siervos (δοῦλος, doulos) una relación sin igual, en donde el Maestro se sienta a la mesa a cenar y a intimar con Sus discípulos. El Señor Jesús está buscando que Sus siervos, cual Abraham en sus diferentes paradas hacia la tierra prometida, erijan auténticos altares de oración y adoración que marquen verdaderos “hitos” de transformación espiritual en sus vidas.
¡Pero hay tanto que hacer!
Sin embargo, al parecer, todo el pueblo cristiano está sumergido en el correteo diario, en el frenesí de hacer muchas cosas durante el día y la semana, y su agenda y prioridades, no son dirigidas por el Señor precisamente, sino por los afanes de esta vida (Lc 10.40-41).
Es necesario que los creyentes vuelvan a vivir esos períodos de gran cercanía y apego a su Señor, en donde la agenda la dirigía el Señor y en donde las prioridades y los recursos fluían desde el lugar santísimo, desde el corazón mismo del Padre (Ex 33.14-15; Jn 13.23).
¿Quién empieza?
¿Pero quién es la persona que debería ser el ejemplo para las familias, para la iglesia local, y aun para la comunidad, de esta práctica? ¿Quién sería la persona más idónea?
Cuando Jesús escribía Sus cartas a las iglesias de Asia, por más que la carta iba dirigida a toda la iglesia local en particular, sin embargo había un específico destinatario a quien iba dirigido el mensaje: “… Escribe al ángel de la iglesia en…”. Al parecer había una persona en especial, quien podía ser “la clave o el clavo” para recibir, entender y ejecutar el contenido de la carta.
Y no se nos ocurre otra persona más idónea e importante que el pastor principal de cada congregación. Dios ha llamado a este hombre, a ser cual Abraham, Moisés y el discípulo Pedro, la cabeza, el guía y sobre todo el principal ejemplo para todo el rebaño.
Ahora más que nunca la iglesia está necesitando observar, valorar y seguir el ejemplo de un hombre lleno del Espíritu Santo, lleno de gracia y verdad, lleno de la Palabra de Dios, y por sobre todo un hombre que practica diariamente la humillación delante del Señor, el arrepentimiento genuino, alguien que busca de corazón al Señor en oración todos los días, e invierte tiempo en Su presencia (2 Cr 7.14; Is 57.15).
Alguien que ponga su mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra (Col 3.2). Alguien cuya agenda no sea gobernada por una empresa o por la presión de la gente, alguien que ame a su Dios más que a nada en este mundo.
Este debería ser sin duda el pastor principal de cada congregación, quien, con su ejemplo, inspire y movilice a toda la congregación.
La necesidad de este tiempo.
Sin embargo, hoy día encontramos pastores cada vez más con la mira en las cosas de la tierra, cuya vida “tiene más olor a tierra que olor a cielo”. Escuchamos de pastores que son bi y hasta tri-vocacionales, pues sus ingresos no les alcanzan para vivir dignamente.
Escuchamos de pastores que están sumergidos en el estrés, y otros incluso ya han ido más allá, y están peleando con la depresión. Hemos oído de siervos que viven desconfiando de su propio cuerpo pastoral o de sus colaboradores, y no pueden, o no quisieran, delegar sus tantas ocupaciones eclesiásticas por temor a que sean traicionados o reemplazados en sus cargos. Otros están al borde de una separación o divorcio, o tienen hijos absolutamente rebeldes que viven en drogas, en la cárcel, o padeciendo cosas aun peores.
El enemigo se las ha ingeniado para anular, maltratar y hasta destruir las vidas a estas preciosas joyas de la comunidad, cuyo rol y trabajo es quizá aun más importante que el de cualquier otro en la sociedad.
Es hora de actuar
Es tiempo para los pastores de dejar delado todo lo que sea necesario, y meterse en cuerpo, alma y corazón, a recuperar y restablecer su comunión personal con Dios, y desde esta relación, recuperar su relación de calidad con su esposa e hijos, y elevar más que nunca su ejemplo y testimonio para cumplir la misión que Dios le ha encomendado.
Pero por sobre todo, poder decir sinceramente: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Sal 27.4 RV60).
Escrito por el Pr. Charles Charotti. De profesión analista de sistemas, se dedica a la obra nacional a tiempo parcial. Coordinador del Eje de Oración de la Asociación de Iglesias Evangélicas del Paraguay (ASIEP) y del Movimiento Intimidad con Dios, Avivamiento e Igle-crecimiento. Casado con Tessy de Charotti. Realizó sus estudios en el Seminario Bíblico Palabra de Vida (San Pablo, Brasil), y en la Universidad Católica de Asunción.
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