El propietario del animalito, bañado en lágrimas, denunciaba que el llamado “gato mochilero” había sido envenenado. Las diatribas, insultos y maldiciones para los “asesinos de animales” no se hicieron esperar, mientras defensores de todo tipo de causas se iban sumando y echando leña al fuego de la condena mediática.
Simultáneamente, se multiplicaban lamentos y expresiones de dolor, mientras se exigían más leyes para la protección de los animales y duros castigos para quienes las violen.
Claro, hubo quienes ni supieron de este episodio porque su atención estaba fija en el espanto de las imágenes provenientes del aeropuerto de Kabul, donde miles de personas clamaban desesperadas por huir del régimen, que ya había aterrorizado sistemáticamente a su población y amenazado la paz de esa región.
No se enteraron, porque sus emociones estaban ancladas en la vida de los millones de mujeres y niñas afganas que volverán a ser violentadas, abusadas, explotadas y maltratadas en grados inimaginables.
Tampoco llegaron a saber que, en realidad, no había habido tal envenenamiento, sino que el gato murió debido al ataque de un perro. Tan sencillo y ordinario como eso, algo que ocurre incontables veces cada día. Los insultos y maldiciones, había sido, fueron por nada.
Este episodio, casi de humor negro, puede ayudarnos a reflexionar, entre otras cosas, en lo que realmente importa.
Las mascotas tienen su lugar, pero incomparablemente más valiosas son las personas, hombres y mujeres, creados por Dios a Su imagen y semejanza, por quienes Cristo dio Su vida, a quienes Él ama y busca.
La violencia y el maltrato contra los animales está mal, pero la violencia y el maltrato contra niños y niñas no solo está mal desde un punto de vista ético y moral: son inaceptables para Dios, quien juzgará con toda severidad a quienes perpetran estos abusos. Por consiguiente, deben ser inaceptables para nosotros, seguidores de Jesús, quienes somos llamados a levantarnos como campeones en la defensa de los vulnerables.
Está bien condolerse con quienes sufren algún tipo de pérdida, está muy bien. Pero una mascota es reemplazable, por así decirlo, mientras que un padre, una hija, un hermano, una amiga, son irreemplazables. Y el dolor de esa pérdida, por cierto, alcanza grados extremos. Somos llamados a llorar con los que lloran, a servir al doliente, a acompañar al que sufre, a sembrar fe y esperanza en un Dios que ve, que ama y que actúa.
Finalmente, y no por eso menos importante, debemos cuidar lo que consumimos en términos de información, especialmente en estos días donde somos bombardeados con noticias, opiniones y puntos de vista que reclaman nuestra respuesta inmediata. No. Escojamos bien, filtremos, reflexionemos. Hagamos del discernir y comprender un ejercicio diario.
Y, sobre todo, nutrámonos permanentemente de las Buenas Noticias, las únicas que son completamente alentadoras, esperanzadoras y transformadoras —las Buenas Noticias de Jesucristo, el Señor.
Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby














Dejá tu comentario