Doscientos

Tras la muerte de Saúl —en un juicio de Dios por su infidelidad y desobediencia, reflejada incluso en la consulta a una adivina en vez de buscar la dirección del Señor—, David es proclamado rey de Israel (1 Crónicas 10, 11.1-3).

A este episodio sigue la toma de Jerusalén y un pormenorizado listado de los guerreros más valerosos y sobresalientes de David —protagonistas de hechos heroicos—, que luego continúa con un registro de los poderosos ejércitos que le respaldaban a partir de ese momento, y la enorme celebración de tres días en Hebrón.

Cada tribu aportó miles de guerreros a estos ejércitos, cuya lista detallada vemos en el capítulo 12 de 1 Crónicas. Suman más de 340.000. Y entre ellos, destacan doscientos (v32), de la tribu de Isacar, que no son caracterizados como guerreros o soldados, sino como jefes o principales.

Estos doscientos eran “entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, y cuyas órdenes seguían todos sus hermanos” (RVR95). En otras palabras, sabían como interpretar las señales de los tiempos, entendían el desarrollo de la historia y, por ende, sabían cuándo actuar y qué debía hacer Israel. Además, sus órdenes eran seguidas por el pueblo.

Todo lo que estos doscientos tenían venía de Dios —el discernimiento de los hechos, los caminos que el pueblo debía seguir, y la manera adecuada para comunicar. La tribu de Isacar aportó decenas de miles de soldados, cuya contribución ciertamente fue de gran valor. Pero lo que este pequeño grupo aportó es sin igual, más aún en la perspectiva de un rey que ha sido recientemente juzgado por Dios debido a su infidelidad y desobediencia, habiendo buscado dirección y guía en fuentes de oscuridad, y no en el Señor mismo.

Hoy necesitamos a esos doscientos. Por cierto, no una especie de reencarnación sino la manifestación de los dones y capacidades que ellos tenían de parte del Señor. En realidad, si estiramos el hilo hasta el final, es a Dios mismo a quien necesitamos, Su manifestación.

Necesitamos desesperadamente esa capacidad para discernir con precisión milimétrica “las señales de los tiempos”, “el desarrollo de la historia”. Necesitamos con igual desesperación “saber cuándo actuar y qué hacer”, y necesitamos comunicar eficazmente, de tal forma que la gente haga lo que debe hacer de la manera correcta y en el momento apropiado.

En estos días, en que la confusión en la familia de la fe no solo no acaba sino que se intensifica, se profundiza y se expande, necesitamos los dones de los doscientos de Isacar. No nos hace bien la disputa, la separación en bandos, la enemistad, por las razones que sea. No le hace bien a los perdidos, que necesitan a Jesús. Este triste espectáculo, no es solo un disparo en el pie a nuestros esfuerzos evangelísticos, sino —aun peor—es deshonra para Dios.

Si algo de valor eterno podemos hacer hoy es inclinarnos en humildad ante el Señor de señores y clamar por Su manifestación en nuestro medio. Implorar Su favor, rogar por Sus dones, buscar discernimiento, recibir guía del Cielo, proclamar con eficacia Su mensaje dentro y fuera de nuestros templos, y reencontrarnos todos los que nos llamamos de Su nombre en un estrecho y prolongado abrazo.

Es lo que necesitamos, lo que podemos y debemos hacer. No importa que no esté permitido.

Pablo Sánchez, Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby

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