La falta de una mínima aceptación en las fases del desarrollo del niño puede producir graves consecuencias. Unos padres maltratadores, incapaces de amar, aceptar y apoyar, van a dejar una huella indeleble en su hijo o hija. En una búsqueda desesperada para suplir esa necesidad básica, estos podrán rendirse al interés de personas malvadas, lo que les puede llevar a una vida de dolor, insatisfacción y miseria.
Ahora, como ciudadanos del Reino, discípulos de Cristo e hijos del Padre Celestial, ¿dónde estamos buscando aceptación?
En esta parte de la historia que nos toca vivir, ha habido largos periodos en que los cristianos nos hemos sentido halagados por el poder humano en sus diferentes formas, por lo menos en ciertas regiones del mundo. Esto ha representado algunas ventajas innegables, como puertas abiertas para la tarea evangelísticakkkllm, por ejemplo. Por otro lado, en ciertos momentos el describirse como “evangélico” ha abierto puertas para empleos o posiciones varias, lo cual también ha tenido repercusiones positivas.
Sin embargo, no es sabio ni prudente acostumbrarse a estos halagos o ventajas circunstanciales, porque, precisamente se trata situaciones temporales y pasajeras. Si llegamos a creer que esa es lo normal para el cristiano común cuando haya un cambio, podremos desmoronarnos.
Por ello el Señor claramente nos advierte de muchas maneras que no busquemos aprobación ni aceptación de este mundo. El apóstol Juan, mientras detalla las maravillas del amor de Dios que nos ha hecho Sus hijos, de manera muy clara nos dice: “Así que, amados hermanos, no se sorprendan si el mundo los odia” (3:13, NTV).
Si descansamos en la aprobación y aceptación del mundo sin Cristo, llegará el momento en que nos despertaremos siendo aborrecidos, odiados y hasta perseguidos.
En cambio, la aprobación, aceptación y amor que no varía, es la de Dios, porque está fundada sobre un fundamento sólido e inamovible: Su propia persona. Por eso Pablo nos dice en Efesios, al hablar de las innumerables bendiciones que tenemos en Cristo, afirma que “nos hizo aceptos en el Amado” (1:6, RVC).
Dios nos ama y nos acepta. Nos cobija y abraza. Nos adopta como Sus hijos y nos guarda por la eternidad. Nos bendice de mil formas. No necesitamos, por tanto, más que Su amor y aceptación, que no se pueden comparar con nada ni nadie.
Que Dios nos permita discernir esta verdad, disfrutarla cada día, y compartirla con quienes viven buscando desesperadamente aceptación y aprobación que es condicional, interesada y pasajera.
Por: Walter Neufeld es fundador y presidente de la Fundación Jesús Responde al Mundo de Hoy, Ñemby














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