Compasión: donde todo comienza

El llamado del Señor Jesucristo para los suyos retumba con ecos de gloria a lo largo de los siglos. “Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos… hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo… enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado” (Marcos 16:15, Mateo 28).

Compasión: donde todo comienza

De igual forma resuenan las palabras del apóstol Pablo, quien, inspirado por el Espíritu Santo, añade un aspecto fundamental de nuestro propósito como discípulos.

“Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Efesios 2:10).

Somos llamados a predicar y discipular a todos, y a servir a todos mediante “buenas obras”, las cuales Dios mismo ha preparado para que las llevemos a la práctica.

Estas obras ciertamente no salvan a quienes las ejecutan, pero honran a Dios y validan Su mensaje en el corazón y la mente de quienes las reciben, además de satisfacer sus variadas necesidades.

Jesús, dice el libro de los Hechos “pasó por todas partes haciendo el bien” (10:38). Los evangelios lo muestran sirviendo incansablemente —a su grupo íntimo de discípulos, a individuos de todo tipo, a multitudes. Siempre movido por el elemento clave cuando llega la hora de servir: compasión.

Vemos a Jesús predicando y enseñando, alimentando, sanando y respondiendo a la necesidad de más obreros para la cosecha, en cada caso movido por esa enorme compasión (Mr 6.34; Mt 15.32-38; Mt 14.14; Mt 9 37-38).

Por compasión hacia la humanidad caída Él recorrió el camino de humillación inimaginable para el Trino Dios: se encarnó, vivió y murió para luego resucitar (Filipenses 2.7-11).

Esa misma debe ser nuestra motivación más profunda —porqué hacemos lo que hacemos. En primer lugar, el amor supremo a Dios, y en segundo, el amor compasivo hacia los demás que nos mueve a servirlos aun más allá de nuestras propias limitaciones, capacidades o deseos.

¿Cómo andamos en compasión? Siempre es recomendable hacer una pausa y permitir que el Santo Espíritu escudriñe nuestros corazones. Si estamos en déficit, es el momento de humillarnos ante Dios y rogar por el corazón compasivo de Jesús en nuestro interior.

Vale recordar como parte de esa pausa para revisar nuestras motivaciones, lo que alguna vez dijo Bob Pierce, fundador de las organizaciones Visión Mundial y La Bolsa del Samaritano: “Que mi corazón sea quebrantado por las cosas que quebrantan el corazón de Dios”.

Pablo Sánchez
Coordinador de Comunicaciones
Pastor de Ministerios Infantiles
Jesús Responde

Salir de la versión móvil