URUPABOL: décadas de retórica, cero comercio, cero inversiones y ningún impacto económico real

La reaparición de URUPABOL en la agenda diplomática, anunciada durante la Cumbre del Mercosur en Foz de Iguazú el viernes último, no solo revive un esquema obsoleto, sino que confirma una práctica recurrente de la política exterior regional: reciclar estructuras fracasadas que nunca generaron resultados económicos para sus propios miembros.

URUPABOL: décadas de retórica, cero comercio, cero inversiones y ningún impacto económico real

URUPABOL —integrado por Uruguay, Paraguay y Bolivia— fue concebido como un supuesto contrapeso frente al peso dominante de Argentina y Brasil. Sin embargo, el balance histórico es categórico y difícil de refutar: el bloque no produjo integración económica, no aumentó el comercio intragrupo, no atrajo inversiones conjuntas, no coordinó políticas productivas y no mejoró la posición negociadora de ninguno de sus integrantes.

Las comparaciones son elocuentes. Mientras el Mercosur, con todas sus falencias, logró consolidar a duras penas cadenas comerciales (prioritariamente en favor de Argentina y Brasil), acuerdos externos y volúmenes significativos de intercambio, URUPABOL jamás alcanzó siquiera una participación marginal identificable en el comercio regional. No existen estadísticas relevantes porque, sencillamente, no hay resultados que medir.

A diferencia de esquemas como la Alianza del Pacífico —que en pocos años articuló flujos comerciales concretos, atracción de capitales y presencia conjunta en mercados globales— URUPABOL pasó décadas existiendo solo en comunicados oficiales. Ni un acuerdo comercial específico, ni un proyecto de infraestructura regional de envergadura, ni una política económica común pueden atribuirse seriamente a este grupo.

En términos de inversión extranjera directa, la comparación es aún más demoledora (aquí ha valido el famoso dicho: cada uno para sí y Dios para todos). Países que apostaron por bloques funcionales y reglas claras lograron captar capitales y desarrollar plataformas logísticas y productivas. URUPABOL, en cambio, no generó ni un solo instrumento regional capaz de mejorar la competitividad, reducir costos logísticos o potenciar exportaciones conjuntas. Para los mercados internacionales, simplemente no existe.

La tan reiterada mención a la Hidrovía —rescatada nuevamente por los cancilleres como eje estratégico— es otro ejemplo de esta inercia discursiva. Décadas de declaraciones no se tradujeron en un modelo de gobernanza común, ni en control efectivo, ni en beneficios económicos concretos para Paraguay, Uruguay o Bolivia. Otros actores definieron las reglas; URUPABOL solo las comentó. Es más, Argentina ha impuesto un “peaje”, violando absolutamente un Tratado firmado por los países por donde pasan los ríos Paraguay y Paraná. Eso no se ha logrado levantar.

Más de diez años sin reunirse no fueron una anomalía: fueron la consecuencia natural de un esquema inútil. Los bloques que generan resultados sobreviven; los que no, desaparecen. URUPABOL no desapareció formalmente, pero murió en la práctica hace años, asfixiado por su propia irrelevancia económica.

Intentar “relanzarlo” hoy, sin explicar por qué antes fracasó ni qué cambiaría estructuralmente, roza lo irresponsable y risible. No hay nuevo diseño institucional, no hay agenda económica concreta, no hay metas medibles ni plazos. Solo hay viejas siglas, viejos discursos y la misma promesa vacía de siempre.

Mientras Argentina y Brasil continúan concentrando poder, comercio e influencia dentro del Mercosur, los países más pequeños siguen perdiendo tiempo en experimentos que nunca defendieron sus intereses económicos reales. URUPABOL no fue una solución; fue una distracción. Y su retorno no representa una oportunidad, sino la confirmación de una diplomacia que se resiste a admitir sus fracasos.

 

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