Su exposición formó parte del panel “Viviendo el Evangelio en la Cultura y las Ciudades”, ante delegados de más de 120 países que respondieron con una ovación de pie al profundo mensaje de esperanza y propósito que emergió de su historia personal.
Con una sinceridad desarmante, Hieber narró los desafíos que enfrenta desde los seis años, cuando comenzó a tartamudear tras el divorcio de sus padres. La angustia la llevó incluso al borde del suicidio en su niñez, al sentir que su futuro estaba marcado por la exclusión y el silencio. Pero ese dolor —asegura— también fue el punto de partida para descubrir el amor de Dios y el valor de una vida con propósito. “He visto cómo Dios usa lo que el mundo llama debilidad para revelar Su gloria”, afirmó, sin embargo.
Aunque su fluidez mejoró notablemente tras su conversión, Hieber confesó haber luchado con Dios durante dos décadas, preguntándose por qué no la había sanado por completo. La respuesta llegó del lugar menos esperado: la realidad de otras personas que sufrían como ella.
Un hecho trágico marcó un antes y después: la muerte de un niño de 12 años que se quitó la vida debido al acoso por su tartamudez. Esa pérdida, compartió entre lágrimas, fue su llamado: crear ayuda donde no la había.
Así nació el primer grupo de apoyo para personas con tartamudez en Paraguay, que luego dio forma a la Asociación Paraguaya de la Tartamudez, así como a redes de apoyo a familias y oportunidades de incidencia internacional.
UNA IGLESIA QUE ESCUCHA Y ACTÚA
Desde su experiencia en distintos países, incluida una capacitación en Kenia donde la adoración fue dirigida por personas con discapacidades cognitivas, Hieber destacó la belleza del Evangelio cuando se abren espacios reales: “No fue adoración perfecta… fue como el cielo. Un refugio para ellos y para sus padres”, dijo.
Por eso, instó a la Iglesia global a asumir una inclusión radical, que no sea solo un gesto de apertura, sino una misión deliberada: Ver a las personas como Dios las ve. Capacitar a líderes y voluntarios. Atender necesidades diversas de manera integral. Crear ministerios donde todos puedan servir y florecer. Respaldó su mensaje con las palabras de Job 29:15-16: “Yo era ojos para el ciego y pies para el cojo”.
UN DESAFÍO PARA LA MISIÓN GLOBAL
Hieber cerró su participación con un llamado directo a las iglesias del mundo: “Seamos comunidades que no solo incluyan a las personas. Animémoslas a vivir el llamado que Dios ha puesto en sus vidas”. En el escenario de Seúl, su testimonio dejó una certeza: la verdadera fortaleza de la Iglesia se revela cuando la discapacidad no se oculta, sino que se convierte en parte del milagro.














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