Durante su mensaje, recordó que las iglesias evangélicas se reconocen herederas de los principios reformadores sintetizados en las cinco solas: Sola Escritura, Solo Cristo, Sola Fe, Sola Gracia y Solo a Dios sea la Gloria. Agüero enfatizó que estos pilares funcionan como un marco doctrinal que orienta a la iglesia hacia la centralidad del evangelio y resguarda la pureza de la enseñanza cristiana.
Sin embargo, advirtió que la primera de ellas —la Sola Escritura— está siendo relegada en diversas congregaciones, no necesariamente por intención abierta, sino por cambios sutiles en los contenidos y enfoques de la predicación contemporánea.
“Consideramos la Palabra de Dios como la máxima autoridad e infalible, el parámetro más elevado de doctrina, enseñanza y práctica cristiana”, afirmó el pastor. Señaló que cuando ese fundamento es debilitado, la iglesia queda expuesta a modas teológicas, interpretaciones acomodadas o discursos que, aunque populares, se alejan del evangelio bíblico. Aclaró que no se refería a ninguna persona o congregación en particular, sino a una realidad general que observa en el ámbito cristiano a nivel local e internacional.
Agüero apeló a su larga trayectoria en la fe —casi cuatro décadas como cristiano y más de 25 años de pastorado—para trazar un contraste entre la predicación actual y la que marcó su niñez y juventud. Recordó que en los años 70 y 80 las predicaciones de campañas evangelísticas, iglesias bautistas, pentecostales y reformadas tenían un sello inequívocamente bíblico. Eran mensajes centrados en la cruz, el arrepentimiento, la conversión, la renuncia al pecado y la consagración personal. “Se enseñaba la Biblia y se exponía la Biblia. Cristo era el centro, y todo mensaje de alguna manera terminaba en Él”, rememoró.
Ese enfoque, sostiene, se ha ido diluyendo en ciertos espacios donde la predicación se volvió más liviana, emocional o motivacional, con menor énfasis en el pecado, la santidad y la transformación espiritual. Para Agüero, el riesgo de este viraje es que la iglesia pierda su brújula doctrinal y diluya su misión principal: anunciar el evangelio con fidelidad.
Otro punto destacado en su prédica fue el desafío de la unidad. Para el pastor, la unidad de la iglesia no puede lograrse sacrificando la verdad bíblica que la define. “La unidad tiene valor solo cuando se sostiene sobre la Palabra de Dios. Si se construye al margen de ella, no es unidad, es uniformidad vacía”, afirmó. Sostuvo que la Sola Escritura no es un concepto abstracto, sino el fundamento práctico que permite discernir entre la verdad y el error, y que guía a la iglesia en su enseñanza, su misión y su vida diaria.
Agüero instó a pastores, líderes y creyentes a recuperar la centralidad de la Escritura mediante una predicación sólida, expositiva y cristocéntrica. Dijo que el llamado del evangelio sigue siendo el mismo: arrepentimiento, fe, obediencia, santidad y una vida rendida a Cristo. “La Biblia no es un accesorio de la iglesia. Es su raíz, su voz y su autoridad suprema”, afirmó.
Esta parte de su extensa prédica culminó con un llamado a volver al fundamento que ha sostenido a la iglesia por siglos. Según Agüero, preservar la autoridad radical de la Escritura es indispensable para que la iglesia evangélica mantenga su identidad, su misión y su testimonio en un mundo que cambia, pero que sigue necesitando la luz del evangelio.














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