Vengo de una familia disfuncional. Padres separados, tíos marcados por las mismas heridas: infidelidades, abandono, hogares rotos. Crecí en un ambiente donde el amor parecía frágil y temporal, donde las promesas se rompían fácilmente, y donde el ejemplo que recibí fue el de repetir un patrón de dolor. Durante años, cargué un odio profundo hacia mi padre. Ese rencor me moldeó, me endureció, y por mucho tiempo viví preso de heridas que nunca sanaban.
Pero un día, frente al abismo, cerré los ojos y recordé el dolor de mi niñez, la soledad de mi adolescencia, la inseguridad de mi juventud. Y vi a mi hija. Me di cuenta de que estaba a punto de repetir la misma historia… y no lo podía permitir. Fue allí donde levanté la mirada al cielo y me encontré con la cruz. Me encontré con Cristo. Y tomé una decisión: “Esta historia no se va a repetir”.
Desde ese momento, comencé un proceso de transformación. No fue fácil, pero tampoco imposible. Fue necesario renunciar al egoísmo, a los placeres pasajeros del mundo, a la falsa libertad que solo me alejaba de la verdadera paz. Decidí, junto a mi esposa y mis hijas, caminar bajo el abrigo del Altísimo (Salmos 91:1). Y esa elección cambió todo.
Hoy disfruto cada momento en casa, cada risa de mis hijas, cada conversación con mi esposa. Disfruto los fines de semana sin buscar excusas para huir. Ir a la iglesia en familia se ha convertido en nuestro mayor gozo, y cada mañana al despertar, le doy gracias a Dios por rescatarme del ciclo que marcó a generaciones anteriores.
Para muchos, ser hombre es vivir sin ataduras, sin compromisos. Pero yo aprendí que ser varón conforme al corazón de Dios es ser esposo fiel, padre presente, líder espiritual del hogar. Mis hijas no son una carga, son mi impulso. Mi esposa no es una limitación, es mi compañera, mi ayuda idónea (Génesis 2:18). Y esta vida que elegí, con sus renuncias pero también con sus frutos, pesa infinitamente más en la balanza que todo lo que dejé atrás.
Hoy puedo decir con certeza que vale la pena elegir a Dios. Vale la pena sanar, perdonar y escribir una nueva historia para tu familia.
Si estás leyendo esto y venís de una historia de dolor, quiero decirte: no estás condenado a repetirla. Hay un Dios que restaura, que sana y que te da una nueva identidad. En Cristo, todo puede ser hecho nuevo (2 Corintios 5:17).
No te conformes con lo que el mundo te dice que es normal. Porque lo normal hoy es tener hogares rotos, padres ausentes e hijos sin rumbo. Pero tú puedes marcar la diferencia. Tu familia puede ser un refugio, una luz, un ejemplo. Solo tienes que tomar una decisión… y caminar de la mano de Dios.
Hugo Gabriel Correa Miño
https://gabocorreapy.blogspot.com/2025/07/decidi-no-repetir-la-historia.html














Dejá tu comentario